Ella era la reina de la fiesta, la dueña de toda la atención. Se robaba todas las miradas. Pero que estoy diciendo, si era una fiesta imaginaria, que se celebraba en su corazón cada vez que estaba con ella, cada vez que la veía, cada vez que escuchaba su voz, cada vez que la abrazaba. Ella era la reina de la fiesta. Era el centro de atención, aquella señorita hermosa que no aceptaba que lo era. Yo diría que es demasiado terca, blda, no se como llamarla, pero creanme por dios que ella era hermosa.
Ella era la reina de la fiesta, el pilar de la diversión, era la música que bailábamos, era las luces que nos cegaban, era la bebida que nos emborrachaba. Todo eso se reflejaba en una persona, en ella.
Irradiando carisma, derramando belleza, derrochando amor, la fiesta no seria nada sin su presencia, Sin su profunda mirada que enciende a cualquiera.
Pero no nos olvidemos de algo. Las fiestas deben terminar. Tarde o temprano. En algún momento ella se va, se aleja y me empiezo a desesperar. Porque ella era la que había alegrado mi corazón, la que había causado una revolución ahí. Pero ella no lo sabía. Nono, de ninguna manera lo sabia. O mejor dicho, sabía lo que había hecho pero no sabía la magnitud de aquello. Acércate más a mi, no dejes que la fiesta termine, te lo pido. Vos sabes de qué hablo, sabes que sos vos, y ya te lo dije, aunque no te lo repita demasiado, lo sabes. Porque ella era la reina de la fiesta.