martes, 20 de enero de 2009

Alma

Equis me contaba sus cosas, amores, desamores, falluteadas que le hacían. Yo también a veces le contaba de mis cositas, pero no tanto, porque me gustaba, digo, me gustaba mucho. Yo sabía que en cuanto traspasara esa puerta que ninguno de los dos quería abrir, se acabaría para siempre la amistad y quizás nacería algo más grande. Y una vez que veníamos medio rengos en esas cosas del querer, nos pusimos de novios.
Ahora que lo pienso, tienen razón esos que dicen que es mejor que Dios no te conceda algunos deseos, que te los mezquine aunque te duela y te preguntes por qué a vos no te da lo que a otros sí. Yo me propuse amarla con toda el alma, abandonar para siempre mi carrera contra el reloj para conseguir la última mujer que me agarraba mal parado.
Me costó dejar con Equis. Cómo decirle a una amiga que ya todo se acabo, que lo nuestro no podria seguir, que se acabarian esas miradas y silencios llenos de amor.
Al final me dejó ella. Una tarde me dijo que la situación no daba para más y que lo nuestro había llegado hasta ahí.
Y quedamos de amigos. Amigos cercanos y lejanos a la vez. Amigos de esos que se miran con desconfianza después de haberse amado como pocos pueden contarlo. Y cada vez que me pregunto qué fue lo que tuvimos con Equis, ponele hache, me respondo.
Y pienso en otra cosa. O por lo menos trato.